Cuando era niña y adolescente, pensaba que un campeón es sólo quien gana. Y con el tiempo fui aprendiendo que el que gana, no necesariamente es un campeón; A veces, también ganan los oportunistas por estar en el momento adecuado, en el lugar preciso. Y, ¿sabéis? en esta vida en la que sólo se elogia al ganador y no al campeón -que como acabo de decir, no tiene porqué coincidir-, yo admiro a los campeones, ganen o pierdan... porque saben hacer ambas cosas (el primero, sólo una).
Para mí ser un campeón no es una cuestión de resultados, es una cuestión de aptitud: Un campeón no deja de intentarlo (lo consiga o no), e incluso habiendo ganado sigue luchando por mejorar, por hacer prosperar su vida hasta el último suspiro que le resta de ella... aún a sabiendas que, en cierto modo, todos perderemos esa batalla. Pero es que el campeón no sabe rendirse.
Para mí, ese tipo de persona mira a la vida a los ojos, de una forma limpia, y después de que lo acontecido haya podido doblegarle y hacerle bajar la cabeza, aún la sigue levantando para echar la vista al frente e intentar un nuevo asalto y así conseguir lo que quiere, lo que anhela. Admiro muchísimo a esa gente (además, resultan ser grandes maestros).
Y es que yo he tenido la suerte de conocer a campeones, algunos casi de élite... y más que por sus logros, me enseñaron a valorarlos por su ilusión, su espíritu de superación, su fuerza de voluntad, por su disciplina, su constancia, su testarudez, por la paciencia y la templanza ante la adversidad, ante algo que se resistía durante meses... o años. El campeón no gana por casualidad ni por azar; teje su propia suerte y siendo así, tarde o temprano, siempre acaba ganando... incluso más de lo que llega a verse a simple vista.
A toda persona que pueda leer esto, espero que se sienta así: un gran campeón... aunque sea por el mero hecho de levantarse cada mañana y tratar de ser feliz (porque sólo hace falta mirar un poquito alrededor para ver que, cuando hay que currárselo, no todo el mundo está dispuesto a hacerlo).