martes, 5 de octubre de 2010

Hasta siempre, compañero


Hace cuatro años enterramos a mi padre... a veces me parece mentira que haya trascurrido tanto tiempo, y como decía en la actualización anterior, es mejor así: que el tiempo pase rápido para que el que se queda no quede tan anclado... aunque lleve para siempre en su corazón un tiempo roto.

Hace cuatro años me sentí en ruinas, sin referente, perdida... y pasaba los días desganada y sin hacer nada; y al ver que nada cambiaba y que sólo estaba apática y sin ilusión alguna hacia el mundo, me aferré a la única que se me presentó y me marché a Alicante para comenzar de cero, bien lejos y sin nadie. Ahora que llevo ya dos años de vuelta, siento haber recuperado en gran parte mi vida -o haber construido la que quiero vivir-, ¡veo las cosas tan diferentes! (probablemente gracias a aquella ausencia de quince meses lejos de lo que había sido mi vida hasta aquel entonces).

La muerte de mi padre fue un punto de inflexión que marcó un antes y un después, jamás volvería a ser la de antes; comencé a ser valiente aunque tuviera un miedo feroz acechándome constantemente, aparté los dramas de mi vida tratando mis lágrimas y vislumbrando de lejos mis ganas de ser feliz y dirigiéndome hacia ello... aprendí a seguir adelante.

Una de las cosas que más admiro de los seres humanos, es el hecho de que aunque ciertas heridas duelen y dolerán como el primer día, sabemos o acabamos aprendiendo a "reciclarnos", a reinventarnos en cada paso del camino.