Yo tenía trece años cuando me fui de mi escuela primaria. Toda mi infancia transcurrió en aquel modesto colegio del que tenía tremendísimas ganas de marcharme… De lo que no fui ni mínimamente consciente, fue que desde ese adiós a todo lo que había sido mi vida hasta entonces, aquel sitio y todo lo que representaba, posteriormente sería o formaría parte de mí para siempre. Aquella época la recuerdo y supongo que siempre me acordaré de ella como algo mágico, aún hoy desconozco si la magia de aquel tiempo y de aquel espacio se hallaba en la mutua y compartida niñez, en el vivir despreocupada… pero, fijo que toda situación y vivencia tenía su encanto particular: vivir y experimentar tanto en un mismo lugar dirige, en ocasiones, a que ese sitio lo lleves contigo allá donde vayas y que de forma extraña, tú dejes parte de ti en él, de lo que eras y en el fondo, siempre serás. En aquel colegio hoy yace el origen de mi vida; mis juegos infantiles, travesuras y alguna que otra trastada más seria (como “secuestrar” el examen de matemáticas en séptimo de Básica, algunas falsificaciones -jajaja- de exámenes y notas, además de una historia que trata de unos polvos pica-pica en los ojos de cierta profesora de Inglés), tantos buenos momentos con algunos compañeros de clase… ¡Qué escaso fue ese tiempo para ser niña… y tantísimo para ser adulta!.
Aquel último año resultó ser muy significativo en mi vida… mi tía murió a consecuencia de un paro cardiaco, y así de inesperadamente concluyó la vida de la mujer que me había enseñado a ser persona, la única que en aquel momento tenía muestras de afecto conmigo, que me hizo ver la importancia de cosas ajenas al dinero, de la única adulta a la que yo había tenido como modelo de persona siendo yo niña, diciéndome “así quiero ser yo de mayor”. No obstante y sin previo aviso, su muerte me obligó a crecer deprisa y eso hizo que aflorase bastante inseguridad en mí.
En aquella escuela encontré a una persona un tanto singular, o quizás me lo pareció en aquellos instantes en los que me inspiraba paz y confianza. Mientras, en mi ambiente familiar tan sólo se citaban rencores, indiferencias y reproches que no eran más que el pan de cada día y el reflejo de las heridas que jamás cicatrizarían a tiempo. Conocí a Marta a mis doce años y cuando la traté un poco más de cerca, sentí que podía hablar con ella de cualquier cosa o situación y esa sensación fue toda una novedad, más aún cuando acababa de perder mi fe en toda persona adulta. No recuerdo desde cuándo, pero comencé a escuchar lo que decía y percibí de la suavidad de su palabra a una persona sabia, lista, madura e interesante. Me llamó especialmente la atención y tomando consciencia de ello, algo que siempre había permanecido dormido en mi interior, despertó para no volver a dormir nunca más. Al principio, la presencia de Marta en mi vida resultó ser un extraño sucedáneo de la relación recientemente perdida, porque en su compañía me sentía segura y porque me ayudó a volver a creer y tener fe en los valores que yo había aprendido gracias y a través de mi tía.
Siempre que recuerdo ese día, aquel 22 de Junio, me viene a la cabeza una frase de Josep Pla que decía: "A menudo me decías que irse es morir un poco"... y ciertamente, me sentí así durante mucho tiempo. El día que decidí marcharme de mi colegio, una parte de mí tenía miedo por lo incierto, y otra parte de mí quería desesperadamente marcharse en busca de lo desconocido… Fue un día bastante peculiar porque, por primera vez me encontraba en la encrucijada de sentir con el corazón y de pensar vagamente con la cabeza: me sorprendí a mí misma con dicha confusión y aquel desconcierto. Allí había crecido, pero quería experimentar el cambio, respirar aire fresco, iniciar una nueva etapa desde un nuevo cero, pero me planteaba cómo hubiera sido el haber elegido quedarme… finalmente me fui. Puede que me dejase llevar por el arrebato de ilusión que sentía sólo con pensar en la novedosa aventura de lo impredecible... probablemente, tratando de enterrar de modo erróneo sentimientos que comenzaban a esclavizarme, puede que tan sólo tratase de esquivarlos y huir de ellos.
Varios años después, comprendí que huir no sirve de nada ni mejora las cosas... y desde mi llegada a ese punto de inflexión, dejé de huir. Gracias a eso, a día de hoy soy valiente y ha sido todo un proceso... pero esa, es otra historia.
“Un maestro afecta a la eternidad; nunca se
sabe dónde termina su influencia” -
Henry Adams