Hoy sé que ser feliz no es tan difícil cuando uno se responsabiliza de su propia vida (sus acciones, reacciones, aptitudes y pensamientos). Creo y sé que es más una cuestión de perspectiva -y de focalización, que digo yo- que de los acontecimientos que se te van presentando. Y tomando consciencia de ello, hace tiempo decidí no ponérmelo difícil; ni a mí, ni a los que me rodean, ni a la vida en general.
Desde que me dije a mí misma que no quería más dramas ni amarguras en mi vida (porque eso te llena de huecos, te pudre por dentro y te vuelve bastante inconsciente a la hora de apreciar y valorar, porque no ves más allá), mi vida ha dado vuelcos ascendentes bastante significativos empezando por mí y finalizando en los demás. Y es cierto, cuando empecé a comprender y comprobar que una puede cambiar las cosas que no le gustan o mínimamente, cambiar su reacción ante lo que le desagrada, comencé a respetarme más de lo que podía hacerlo con anterioridad, porque me vi capaz de mejorar, de prosperar y más que venirme abajo al ver que eso requeriría, en ocasiones, un esfuerzo brutal, aposté por mis intentos. Y es que hay que tratar de ser feliz aunque a veces no se consiga, porque una sola risa y sólo un instante alegre compartido vale mucho más que mil penurias en soledad que puedan tenerte el alma encogida. Hay que permitirle al corazón que se dilate y aprenda a no sólo latir tristezas; que si bien se duele y se resiente en las aflicciones, no sólo puede, sino que también DEBE gritar y golpear en el pecho bien fuerte con las alegrías del día a día, porque verdaderamente es donde se encuentran (en el camino; la meta es sólo un recuento).
Y sí, siguen habiendo cosas que a una le pueden difuminan la sonrisa... pero de la misma manera, no siempre se llora de tristeza; un día nefasto, deprimente y horrible, puede dar paso a días maravillosos... y por suerte he sabido aprender a tiempo a advertirlos cuando los últimos se presentan casi de sorpresa. Porque dudo seriamente de que la alegría y/o la felicidad sea algo "exterior"; cada día que pasa estoy más convencida que ser feliz tiene más que ver con el interior de las personas y con la interpretación que cada uno le da a lo que vive en todas y cada una de sus formas, que con lo que nos rodea.
Me siento feliz cuando la vida sigue adelante, y avanza sin necesidad de grandes estrategias: soy feliz cuando comparto con los míos (familia y amigos), ya sean risas, canciones, sueños, conversaciones, un refresco o algún viaje inesperado. Soy feliz cuando mi sobrina me mira y me veo reflejada, cuando las sonrisas y los abrazos son de ida y vuelta y cuando se me pasan tardes enteras como si de un rato corto se tratase. Soy feliz cuando me llama alguien que no espero, o cuando alguien me dice que me ha echado de menos y no hay duda de que es cierto. Soy feliz cuando empiezo un día como cualquier otro y, sin haberlo planeado, acaba siendo un gran día...